Enrique Prochazka nos comparte en esta ocasión un fragmento de su novela llamada Sábado en 1983.
El es la Roca, cuya obra es perfecta:
todos sus caminos son correctos.
-Deuteronomio 32: 4
El río Canchacalla es todavía una broma en esta época del año, que en algunos sitios se puede olvidar de un solo paso sobre sus charcas repletas de renacuajos, mal de Chagas y paludismo. Del otro lado ocurre algo peculiar. El valle de despuebla de agricultura, de toda huella de trabajo humano, y queda abandonado a la curiosa conjunción de restos de hace pocos días -latas de atún, envolturas de chocolates, botellas de plástico- con despojos milenarios: el morro es un viejísimo cementerio. No pocas veces, escalando una pared vertical, se llega aquí a un nicho aparentemente aislado que ofrece la sorpresa de una tumba. Un reguero de parietales, tibias y cerámica astillada revela cada vez que también los saqueadores llegaron mucho antes que Smisek a esta repisa. Al Taradito ésto no le importa, claro. Se trata de por dónde viene uno, no adónde llega.
La escalada de roca, alguna vez la school of character sustituta con la que los caballeros victorianos enderezaban a aquellos de sus hijos que se mareaban demasiado en alta mar, es ahora un híbrido entre aquel montañismo tradicional que prestaba atención al llegar a la cima como único objetivo (del que quizá y por añadidura se podría obtener algún beneficio moral, aunque el demoníaco Aleister Crowley refutara al Popocatepétl trazando pentagramas en su cima sulfurosa) y la moderna gimnasia con aparatos, en la que más importa la rutina que se lleva a cabo que subirse al caballo o colgarse de las anillas, cosas que cualquiera puede hacer con una escalera.
Éstas razones Smisek las ha explicado interminablemente al Richi hace años, mientras trazaba con él las primeras rutas nuevas que se hacían en estas paredes en lustros. El Richi, un muchachito de doce o trece años de edad cuando empezó bajo la guía de un Daniel de diecisiete, rápidamente había aprendido todo cuanto el escultismo podía enseñarle en términos de campismo y exploración, y al cuidado de tan dudoso mentor había dado el paso hacia el alpinismo. Estaba, como es natural, del todo desprovisto de un panorama de la escalada en el Perú. Creía -nada ocurría para desmentirle- que las paredes se hallaban pobladas de añosas rutas, que visitas como la cuasi-divina aparición de Emil Bodach el mes pasado eran frecuentes, que el legendario tirolés había venido como parte de una gira usual. La verdad que tomó años descubrir a Smisek y que Richi aún no terminaba de admitir era que prácticamente toda la roca del Perú era virgen, que aquí no venía nadie, pues, y que las rutas que Bodach decía haber hecho iban pareciendo menos y menos reales mientras más uno comparaba la descripción anotada en una cartulina atesorada en el Club Alpino Peruano con la roca verdadera, roca que Smisek de continuo hallaba deliciosamente desprovista del contacto con dedos humanos. Y aquello, como se complacía en explicar a Richi en aquellos irreductibles arranques citológicos, era una referencia a Albert Frederick Mummery -caballero contemporáneo de Crowley- epítome de todos aquellos victorianos y quien, según propia definición, se complacía sobre todo en tocar tales piedras inhumanas, aquellas aristas, rugosidades y hendeduras que habían permanecido ajenas al hombre desde el día de la Creación.
-Mummery, my good Richardit, no hallaba gozo mayor que estar donde nadie ha estado jamás.
Smisek no se demora en ver si aquello detona en el Richi el recuerdo de algo, y se complace al oír de labios de su discípulo, por una vez atento, la cita aludida:
-Ah, como en «Viaje a las Estrellas»…
-¡Eso! To boldly go / where no one has gone before.
-Pero aquí ya han estado los Yungas, ¿no cierto? ¿O acaso no estamos en la tumba de este pata? -objetaba el Richi las primeras veces.
-Claro, pero a éste lo han traído y después se lo han llevado por partes por este caminito lateral, ¿no ves la piedra pulida? Sin embargo, la mayor parte de la vertical de la ruta que estamos haciendo toca por primera vez algunos lugares de este planeta. ¿Te das cuenta?
-Claro -reía el chico- Colón, Magallanes, Neil Armstrong y nosotros.
(Y yo, Richi: -se reserva Smisek su goce secretísimo- tú vas de segundo.)